La rosa virgen

ERA el príncipe Marino el único hijo del rey de Moldavia, y tan soberbio como hermoso. Quería, el rey casarlo y para ello invitó a su palacio de Jassy a todas las bellas princesas de que tenía noticia, confiando en que el príncipe Marino se enamoraría de alguna, pero éste no se enamoró jamás y el rey le dijo al fin:

— Bueno; ya que no encuentras aquí ninguna princesa de tu gusto búscatela tú mismo, pero cuida de no volver sin una de ellas, porque en tal caso te desheredaría.

Hacía ya muchos días que viajaba con ese fin, cuando llegó a una frondosa selva y se apeó al pie de un gran rosal, cuajado de rosas. Ató el caballo a un árbol y tendióse en el blando musgo en el momento en que una dulcísima voz cantaba encima de él:

— ¡Rosal, rosal, verde y pomposo! ¡Ábrete y muestra tu capullo más hermoso!

Abrióse el rosal y apareció una rosa virgen. Toda le belleza de todas las rosas juntas del mundo estaba en su rostro y su larguísima cabellera de oro brillaba como la luz del sol. El príncipe Marino tomó tiernamente en sus brazos a la rosa virgen, dióle un casto beso, colocóla suavemente a su lado en el blando musgo y

en delicioso coloquio, hablaron de amores, hasta que cayeron ambos rendidos por el sueño.

El príncipe Marino fue el que despertó primero y se puso a contemplar, aguijoneado por la duda, a la rosa virgen que continuaba dormida.

— Es realmente hermosa, -díjose a sí mismo. — Pero no quiero casarme aún. Continuaré mis aventuras.

Y así diciendo, montó a caballo desapareció.

Cuando la rosa virgen despertó, creyó que todo aquello había sido un sueño; pero, al observar las huellas de las pisadas del caballo del príncipe Marino, conoció que era cierto, púsose muy triste de verse abandonada, y exclamo:

— Esperaré hasta que vuelva.

Y se puso a cantar:

— ¡Rosal, rosal, verde y ameno! ¡Ábrete y deja que espere en tu seno!

— Ya no puedo dejarte entrar, — dijo el rosal — porque has permitido que un

mortal te bese.

Volvióse entonces la rosa virgen y siguió las huellas dejadas por el caballo del príncipe, pero afortunadamente erró el camino. Volvíose para seguir la dirección de Jassy; y, como el príncipe Marino regresase a palacio por un rodeo, encontróse con él en la puerta de la ciudad.

Habiéndose enamorado de la rosa, virgen, ya no quiso el príncipe mirar a las demás mujeres y se volvía triste a la real mansión, sin una novia. Mas al ver de nuevo a la rosa virgen, dio un grito de alegría, estrechóla en sus brazos, presentóla al rey su padre, y los dos felices amantes celebraron su enlace al poco tiempo.

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