Las chinelas mágicas

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EN los antiguos tiempos, cuando todo el mundo viajaba en diligencias por las carreteras, los hosteleros andaban sumamente ocupados. Y por cierto que Sandro Reni, que tenía una posada en la carretera entre Siena y Florencia, era el más ocupado de toda Italia. Su posada se veía siempre llena de viajeros, y él hacía todo el trabajo. Murió su mujer y dejóle una hijita, llamada Nina; y, cuando se convenció de que no podía pasar sin compañera, Sandro se casó segunda vez. Verdad es que no sacó gran ayuda de su segunda consorte: era muy hermosa, pero tan perezosa y vana como bella. Por desgracia, la fama de su gran hermosura se difundió muchísimo, lo cual la hizo todavía más perezosa y frívola. Cuando entraba un viajero en la posada, acostumbraba a presentarse a sí misma, y decía:

– ¿Ha visto usted una mujer más hermosa que yo?

Al principio contestábanle que no; pero al fin, cuando Nina hubo crecido bastante, decían:

– ¡Ya! Pero bien ve usted que su hijastra es en realidad una muchacha encantadora.

Por este tiempo, la gran admiración de que era objeto esta mujer, le había trastornado la cabeza, hasta el punto de no poder sufrir que se alabase a nadie en presencia suya, sino a ella; esto la hacía enloquecer de celos. Miraba con ojos de despecho e ira a su hijastra, y se decía a si misma:

– Si no quito de en medio a esta chiquilla, perderé toda mi fama.

La hostelera había recibido muchas joyas de sus admiradores; vendió la mitad de ellas, y dio todo el importe de la venta a dos malvados diciéndoles que llevasen a Nina a un bosque distante, y allí la matasen y enterrasen. Los dos miserables llevaron a Nina al bosque, pero quedaron tan conmovidos al ver su inocencia y hermosura, que no tuvieron valor para derramar su sangre; atáronla, pues, a un árbol y la dejaron así para que muriese.

Allí permaneció durante cinco días y cuatro noches, pero a la quinta noche, precisamente cuando ya desfallecía, reuniéronse una banda de ladrones debajo del árbol para repartir sus robos.

– ¡Oh cielos! – exclamó el capitán de los ladrones, al dar sobre el blanco vestido de Nina la luz del fuego que habían encendido. – Un ángel nos está mirando.

Los ladrones quedaron aterrorizados. Luego viendo que la blanca figura permanecía inmóvil, el capitán se acercó arrastrándose despacito y la tocó.

– ¡Cómo! Si es una niña…! y qué hermosa! – exclamó. – Aprisa, cortad las cuerdas… la pobre está moribunda.

Los ladrones transportaron a Nina a su cueva, la asistieron cuidadosamente, y, cuando hubo vuelto en sí, les contó su historia.

– Perfectamente-dijo el capitán de los ladrones. -Creo que sería imprudente en ti volver a tu casa. Tu madrastra hallaría seguramente otro medio de quitarte la vida. Quédate con nosotros y sé nuestra despensera.

Así lo hizo Nina. Desempeñó en la cueva de los ladrones los oficios de ama de llaves, y les preparaba la comida. En recompensa, ellos la trataban como a una hermanita, y siempre que iban a Siena o a Florencia a vender los objetos robados, le compraban joyas y ricos vestidos. Detuviéronse un día en la posada de Sandro Reni, y como la esposa del hostelero viese uno de estos vestidos, preguntó:

– ¿Para quién es esto?

– Para otra mujer mucho más hermosa, dijo el capitán de los ladrones.

La madrastra adivinó al punto para quién era. Vendió la otra mitad de sus joyas, y dio todo el dinero que de ellas sacó a una bruja, de la cual recibió en cambio un par de chinelas. Cuando volvió el capitán de los ladrones dijo la hostelera:

– He aquí un rico presente para la joven de quien me hablabais el otro día.

El capitán tomó las chinelas para Nina, y al mediodía, cuando estuvo sola, se las puso. Cuando llegaron los ladrones por la noche, hallaron muerta a su hermanita en el suelo de la cueva, sin poder comprender cómo podía haber muerto.

– ¡Oh, cuán hermosa es! -dijo el capitán.-Hagamos de la cueva su tumba y adornémosla como una princesa.

Los ladrones levantaron un lecho en medio de la cueva, y colocaron a Nina encima de él, adornada con sus joyas y mejores vestidos, y se retiraron, llenos de tristeza a habitar en otra parte del bosque.

Viendo que aquel lugar no estaba ya infestado de ladrones, empezaron a acudir allí muchos cazadores en busca de caza mayor. Un día el joven duque Toscano vio un jabalí, que se metió corriendo en la cueva.

– Ya es nuestra la pieza – dijo.

Apeóse del caballo, entró en la cueva y encontró a Nina tendida en el lecho.

– ¡Oh, qué milagro de hermosura! Seguramente vive- exclamó.

Mas, por mucho que lo intentó, no le fue posible volverla a la vida, ni obtener de ella el más mínimo movimiento. Al fin, cuando iba a caer la noche, se dispuso a dejarla.

– Pero bien vale la pena de que me lleve un recuerdo – se dijo a sí mismo.

Sacóle una de las chinelas de raso, y, con no poco asombro, advirtió que la jovencita abría un ojo; sacóle entonces la otra, y ella, después de abrir el otro, se levantó. El joven duque la abrazó lleno de alegría, la sacó de la cueva, la acomodó en su caballo y la condujo a su palacio.

Oída la historia de la joven, el duque castigó a la madrastra, a la bruja y a los dos hombres que la dejaron en el bosque. En cambio, perdonó a los ladrones; los tomó a su servicio, y cuando tuvo lugar la solemne boda del joven duque con la

amable Nina, Sandro Reni renunció a su inquieto comercio de hostelero, y se convirtió en un Personaje de aquel país como padre de la duquesa.

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