Breves leyendas sobre las flores

El Aciano

La reina Luisa de Prusia fue una hermosa dama, de gran valor. El emperador Napoleón el Grande invadió su país y se apoderó de él, oprimiendo al pueblo, pero la reina luchó valientemente contra el invasor.

Sin embargo, al fin, el enemigo tomó la capital (Berlín), y la reina, que tras muchas penalidades, pudo escapar con sus hijos, fue a esconderse en un campo cubierto de acianos. Los niños, asustados, empezaron a llorar. Entonces la reina Luisa, temiendo que alguien les oyera y les descubriera, cogió algunas de aquellas florecitas azules y haciendo con ellas coronas y ramas para los pequeños príncipes, logró distraerles de su pena.

Uno de ellos se llamaba Guillermo, y algunos años después derrotó al sobrino de Napoleón. Proclamado primer emperador de Alemania, tomó como símbolo el aciano.

El Crisantemo

En la, Selva Negra (Alemania) vivía un campesino llamado Hermann. La víspera de Navidad, cuando regresaba a su casa, encontró a un niño pequeñito tendido sobre la nieve. Lo tomó en brazos y lo condujo al modesto hogar donde le aguardaban su esposa e hijos, quienes, compadeciéndose del niño, compartieron alegremente con él la humilde cena que tenían preparada para aquella festividad.

El pequeño forastero permaneció toda la noche en la cabaña, y a la mañana siguiente, después de revelar que era

el Niño Jesús, desapareció. Cuando volvió a pasar Hermann por el lugar donde había encontrado al niño, vio que habían nacido entre la nieve unas flores hermosísimas. Cogiendo un buen puñado de ellas las llevó a su esposa, quien les dio el nombre de crisantemos, esto es, flores de Cristo, o más propiamente, «flores de oro». Y en lo sucesivo, toda Noche Buena, en memoria del pequeño visitante, Hermann y los suyos daban a algún niño pobre parte de la cena.

La Anémona

Existía en antiguos tiempos la Ninfa de las Flores, cuyo nombre era Cloris, y a su jardín solía acudir el Espíritu del Viento de Occidente, Céfiro, enamorado de ella. Vivían en el jardín de la Ninfa de las Flores otras muchas hermosas ninfas, y, entre ellas, una jovencita llamada Anémona. Un día Céfiro, demostrando poca afición por Cloris, comenzó a cortejar a la gentil Anémona. Celosa e irritada aquélla, arrojó a Anémona de su jardín, para que pereciera en los bosques salvajes. Afortunadamente cruzó un día por ellos Céfiro, y viendo a la pobre Anémona moribunda, la convirtió en la blanca y

graciosa flor que crece al pie de los árboles cuando florece la primavera.

La Rosa de Jericó

La rosa de Jericó, se conoce también como el nombre de «flor de la Resurrección», pues se le atribuye la propiedad de morir y volver después a la vida. Su origen tiene una hermosa leyenda.

Se dice que en aquellos días en que José y María huyeron de Belén con el Niño Jesús, para salvarle de la degollación de los inocentes, ordenada por el rey Herodes, la Sagrada Familia atravesó las llanuras de Jericó. Cuando la Virgen bajó del asno que montaba, esta florecilla brotó a sus pies, para saludar al Salvador, a quien María llevaba en sus brazos.

Durante la vida del Salvador, la rosa de Jericó siguió floreciendo, pero cuando expiró en la cruz, todas estas rosas se secaron y murieron al mismo tiempo que Él. Sin embargo, tres días después, Cristo resucitó, y las rosas de Jericó volvieron a la vida, brotando como señal de la alegría de la tierra por la resurrección de Jesús.

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