Era Catalina una pobre huerfanita que estaba muy contenta con un par de menudos zapatos rojos de baile que tenía; y cuando una señora se compadeció de ella y la prohijó, Catalina se dijo:
– Mis zapatitos me han traído suerte.
Los domingos en vez de ponerse botas negras para ir a la iglesia, llevaba Catalina sus zapatitos de baile. Había a la puerta de la iglesia un soldado anciano que ganaba algunos céntimos quitando el polvo al calzado de los fieles. Un domingo, al ver los zapatitos de Catalina, los golpeó suavemente diciendo:
– ¡Ojalá se te peguen a los pies cuando bailes!
Durante los oficios divinos Catalina no hizo otra cosa sino pensar en cuán bonitos eran sus zapatos.
– Si, muy bonitos son tus zapatos – le dijo el soldado viejo al salir.
Entonces Catalina empezó a bailar y solamente quitándose los zapatos podía cesar en sus danzas. Al día siguiente fue invitada a un baile; pero habiéndose puesto enferma la señora que la había adoptado, no tuvo Catalina otro remedio que quedarse en casa.
– No importa, me pondré los zapatitos rojos- dijo, y calzándoselos salió a la calle y al bosque danzando. Allí vio al soldado, y este le dijo pasar:
– ¡Qué bonitos son tus zapatos!
Quiso Catalina quitárselos, mas no pudo, y así siguió danzando día y noche por campos, colinas y pantanos. Al querer entrar en la iglesia, se le presentó a la puerta el soldado y le dijo:
– ¡Qué bonitos zapatos llevas!
Pero ella siguió bailando cada vez más aprisa entre la lluvia, el viento y las tinieblas. Una noche, danzando sobre una laguna, llegó a la cabaña de un verdugo, y llamó a la puerta.
– Yo corto la cabeza a los criminales- dijo el verdugo.
– No me cortéis la cabeza, si no los pies- le dijo Catalina.
Y refiriéndole lo ocurrido, le persuadió a que le cortase los pies, que siguieron bailando solos dentro de los zapatitos, sobre la superficie de la laguna.
Hizo después el verdugo a Catalina un par de piececitos de madera; y la muchacha se encaminó a casa de un sacerdote, y allí aprendió a ser buena. En la mañana de un domingo, cuando todos estaban en la iglesia, Catalina pidió humildemente perdón a Dios. De repente apareció un ángel y tomando a la cojita brazos la llevó al cielo
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