EL conejo era un animal muy pequeño, pero tan astuto, que ni aun el león podía competir con él. Robó una vez el león un cervatillo a una cierva y no quería devolverlo. La cierva pidió ayuda a los grandes animales; pero éstos temían al león. Entonces acudió al conejo y éste le dijo:
– Di a todos los animales que se reúnan en consejo mañana delante de mi madriguera para juzgar el caso.
Entretanto, el conejo excavó un largo pasaje subterráneo desde su madriguera a otra salida escondida tras un arbusto distante. Los animales se reunieron en consejo y después de escuchar el caso, declararon que el cervatillo era hijo del león. Ninguno de ellos se atrevió a decir la verdad, porque temían al león que los miraba con fieros ojos. Pero el conejo asomó la cabecita por su madriguera y gritó osadamente al león, con voz chillona:
– ¡Pamplinas! el cervatillo es de la cierva. ¡El león es un malvado ladrón!
Lanzóse el león hacia él, pero el conejo retrocedió rápido, y cruzando el pasaje salió por detrás del arbusto y escapo.
– Le mataré de hambre – rugió el león
Y esperó, y esperó cerca de la madriguera a que saliese el conejo. Día tras día, se adelgazaba y debilitaba, pero no quería ceder porque pensaba que, si se retiraba para busca de alimento, se escaparía el conejo. Así es que allí permaneció hasta que murió de hambre, y entonces la cierva pudo recobrar su amado cervatillo.
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