La grulla y el cangrejo

Estaba una grulla tan vieja y achacosa, que no podía coger los peces de una laguna, a cuya orilla tenía su nido. Así resolvió llegar por astucia a donde era imposible por fuerza.

Dijo pues, un día a un cangrejo:

– Amigo mío. ¿qué va a ser ahora de ti y de tus vecinos los peces? Van a venir unos hombres a desecar la laguna no dejando en ella ni una sola gota de agua. Y vosotros todos, desgraciados, seréis recogidos y muertos.

Al oír tal noticia, todos los peces se reunieron y discutieron sobre los medios de salvación.

– Tengo una idea-les dijo la solapada grulla. – Como me aguija el hambre me comeré solamente uno o dos de vosotros de cuando en cuando, pero no puedo consentir que muráis todos en masa, apilados en un rincón al falaros el agua. ¿Qué provecho tendría yo en ello? A unos cien metros de aquí, hay un gran estanque. Os salvare a todos llevándoos uno a uno en mi pico.

Persuadieron los peces a una vieja carpa para ver si decía la verdad. Tomóla ésta delicadamente en su pico, y después de mostrarle el estanque, se la devolvió a sus compañeros. Enterados los peces de la feliz noticia, gritaron alegres:

– Muy bien, señora grulla, ya puede empezar a llevarnos al estanque.

Había premeditado la marrullera sacar los peces uno a uno y comérselos durante el camino, debajo de un árbol; mas desgraciadamente para ella hubo de comenzar por el cangrejo.

Vamos, – le dijo- déjame que te ponga en mi pico y así irás más cómodo.

Mas el cangrejo que era muy sagaz, respondióle:

– No me atrevo a entregarme a pico, señora grulla; podría resbalar en él y romperme el caparacho. Mire; nosotros los cangrejos tenemos un par de buenas tenazas; déjeme que con ellas me agarre a su cuello y así iré más seguro.

No vio la grulla que el cangrejo la aventajaba en astucia, y por esto accedió. Asiose, pues, aquel al cuello de la grulla, astucia, y sucedió que esta en vez de ir al estanque, se detuvo debajo de un árbol.

– ¿Dónde está el estanque? – le preguntó el cangrejo.

– ¿Qué estanque? – respondió la malvada grulla. – ¿Acaso piensas que me tomo esta molestia en balde?.

Lo del estanque no ha sido más que un ardid para apoderarme de ti y de tus compañeros y devoraros a todos

– Ni más ni menos que lo que yo presumía- añadió el cangrejo.

Y diciendo así, clavó sus tenazas en el cuello de la taimada grulla, que cayó muerta al suelo.

Los malvados y los ladinos son víctimas de sus propias artimañas.

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*