MUTUSTAFA, sabio y rico mercader de Damasco, tenía un solo hijo, llamado Said, al cual quiso educar con prudencia, pero Said confiaba demasiado en un joven armenio que logró engañarle varias veces sin despertar sospechas.
Un día Mustafá y Said se vieron obligados a ir a Bagdad por cuestión de negocios.¿A quién confiaré mi dinero durante mi ausencia? – se preguntó el mercader.
A mi amigo, el armenio, desde luego – dijo su hijo – Es el hombre más honrado de Damasco.
– Muy bien, Said, – exclamó el padre – por una vez voy a seguir tu consejo
Dio a su hijo una caja grande y fuerte para que la pusiera al cuidado del armenio, y cuando Said volvió se fueron a Bagdad. Dos meses más tarde volvieron a Damasco, habiendo ganado una suma considerable de dinero con su negocio.
– Ahora hijo mío, – dijo Mustafá – ve a ver a tu amigo y tráeme la caja.
Fue Said en busca del armenio, y pronto regresó muy angustiado.
– Has insultado a mi amigo – exclamó, pues no era dinero lo que le has confiado, sino un montón de piedras.
– Dime, hijo mío, ¿cómo ha sabido tu honrado amigo que sólo había piedras en mi caja? – preguntó Mustafá – Debe haber roto las tres cerraduras y esto te probará ahora que yo tenía razón para no confiarle nada de valor.
Said bajó la cabeza y desde entonces se dejó guiar por los consejos, la sabiduría y experiencia de su padre.
Dejar una contestacion